Immanuel Kant está considerado como uno de los grandes filósofos de la historia occidental. Se le conoce como el filósofo del giro copernicano, entre otras cosas porque su teoría filosófica provocó un cambio de 180 grados en la forma de entender la realidad.
Se podría decir que existe un antes y un después de la filosofía kantiana (como suele ocurrir con la mayoría de los grandes filósofos).
A continuación hablaremos sobre su obra Fundamentación de la metafísica de las costumbres, escrita en 1785, en el que realiza un ensayo teórico-moral profundo sobre lo que significa la moralidad en el hombre y el por qué se debe actuar desde el deber moral en beneficio del hombre y la humanidad.
Pero antes de ellos os mostraremos unas pinceladas sobre lo que fue la vida y obra de este gran filósofo de la historia.
Immanuel Kant nació el 22 de abril de 1724 en la ciudad de Königsberg. Entre 1732 y 1740 estudió en el colegio pietista Collegium Fridericianum, dirigido por el teólogo Franz Albert Schultz, el cual influyó enormemente en la educación de Kant.
Desde el 1740 hasta el 1746 Kant se dedicó a estudiar filosofía, matemáticas y ciencias naturales en la Universidad de Königsberg. Para poder subsistir pagando sus estudios ejerció de profesor particular dando clases privadas a diferentes alumnos.
En 1738 falleció su madre, y en el 1746 lo hizo su padre.
Entre los años 1746 al 1755 trabajó como profesor particular para varias familias de su ciudad. Al final de esta época escribió su tesis doctoral. En 1764 rechaza una cátedra de poesía que le ofrecen porque espera obtener plaza en la Universidad de Königsberg, cosa que consigue en 1770 cuando es nombrado profesor ordinario de lógica y metafísica en dicha universidad. Antes de este nombramiento, Kant rechazó otras ofertas de profesor en la Universidades de Erlangen y Jena.
En 1781 escribió Crítica de la razón pura y siete años después publicó su Crítica de la razón práctica y Sobre el uso de principios teleológicos en la filosofía.
Immanuel Kant fallece poco tiempo antes de cumplir los 80 años, en concreto el 12 de febrero de 1804.
Y, ahora sí, a continuación podréis leer algunos fragmentos extraídos del libro que hemos escogido para esta ocasión.
Fundamentación de la metafísica de las costumbres
‘Puesto que mi intención aquí se dirige solamente a la filosofía moral, limitaré la cuestión mencionada anteriormente a la siguiente pregunta: ¿no se cree que es de la más urgente necesidad elaborar de una vez por todas una filosofía moral pura que esté completamente limpia de todo cuanto pueda ser empírico y pertenezca a la antropología? Pues, en efecto, que tiene que haber una filosofía así resulta evidente por la idea común del deber y de las leyes morales. Todo el mundo debe admitir que una ley, si ha de poseer un valor moral, es decir, como fundamento de una obligatoriedad, debe incluir una necesidad absoluta; que el mandato no debes mentir no posee una validez limitada a los hombres como si pudieran desentenderse de él otros seres racionales (y así con las demás leyes propiamente morales); que, por consiguiente, el fundamento de la obligatoriedad no debe buscarse en la naturaleza humana o en las circunstancias del universo que rodean al hombre, sino a priori, exclusivamente en conceptos de la razón pura, y que cualquier otro precepto que se fundamente en principios de la mera experiencia (incluso un precepto en cierto sentido universal pero que descanse, aunque sea en una mínima parte –por lo que atañe a su motivación-, en un basamento empírico) podrá considerarse, en todo caso, una regla práctica, pero nunca una ley moral. …
… En consecuencia, una metafísica de las costumbres resulta indispensablemente necesaria, y ello no solo por razones de orden especulativo para descubrir la fuente de los principios prácticos que están a priori en nuestra razón, sino porque las costumbres mismas están expuestas a todo género de corrupciones en el momento en que faltan ese hilo conductor y esa norma suprema para su exacto enjuiciamiento. Y es que no basta con que lo que debe ser moralmente bueno sea conforme a la ley moral, sino que tiene que suceder por la ley moral, pues, de lo contrario, esa conformidad será muy contingente e incierta y puede no evitar que un fundamento inmoral pueda producir a veces acciones conforme a la ley, aunque más a menudo las produzca contrarias a ella. …
… Mas proponiéndome dar al público una metafísica de las costumbres, empiezo por publicar esta “Fundamentación”. Verdaderamente, no hay para tal metafísica otro fundamento, propiamente hablando, que la crítica de una razón pura práctica, igual que para la metafísica no hay otro fundamento que la ya publicada crítica de la razón pura especulativa. …
… Como a pesar del título atemorizador una metafísica de las costumbres es capaz de llegar un notable grado de popularidad y de acomodación al entendimiento común, me ha parecido útil separar de ella la presente elaboración de los fundamentos para no tener que introducir más tarde, en teorías más fáciles de entender, las sutilezas que en estos fundamentos resultan inevitables.
Sin embargo, la presente fundamentación no es más que la investigación y el establecimiento del principio supremo de la moralidad, que constituye, en su propósito, un asunto aislado y completamente alejado de cualquier otra investigación moral. …
… Ni en el mundo ni, en general, fuera de él es posible pensar nada que pueda ser considerado bueno sin restricción excepto una buena voluntad. El entendimiento, el ingenio, la facultad de discernir, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; o el valor, la decisión, la constancia en los propósitos como cualidades del temperamento son, sin duda, buenos y deseables en muchos sentidos, aunque también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad que debe hacer uso de estos dones de la naturaleza y cuya constitución se llama propiamente carácter no es buena. …
… Para desarrollar el concepto de una buena voluntad, digna de ser estimada por sí misma y sin ningún propósito exterior a ella, tal como se encuentra ya en el sano entendimiento natural, que no necesita ser enseñado sino más bien ilustrado; para desarrollar este concepto que se halla en la cúspide de toda la estimación que tenemos de nuestras acciones y que es la condición de todo lo demás, vamos a considerar el concepto del deber, que contiene el de una voluntad buena, aunque bajo ciertas restricciones y obstáculos subjetivos que, sin embargo, lejos de ocultarlo y hacerlo incognoscible, lo hacen resaltar por contraste y aparecer con mayor claridad. …
… La moralidad consiste, pues, en la relación de toda acción con aquella legislación por la cual es posible un reino de los fines. Pero esa legislación debe hallarse en todo ser racional y ha de poder originarse en su voluntad, cuyo principio, en consecuencia, es el de no hacer ninguna acción por otra máxima que ésta: que tal máxima pueda ser una ley universal y, por tanto, que la voluntad, por su máxima, pueda considerarse a sí misma, al mismo tiempo, universalmente legisladora. Si las máximas no son, por su propia naturaleza, necesariamente conformes con ese principio objetivo de los seres racionales universalmente legisladores, entonces la necesidad de la acción, según el mismo principio, se llama constricción práctica, es decir, deber. El deber no se refiere al jefe en el reino de los fines, pero sí a todo miembro y a todos en igual medida. …
… La moralidad es aquella condición bajo la cual un ser racional puede ser un fin en sí mismo, puesto que solo por ella es posible ser miembro legislador en un reino de los fines. Así pues, la moralidad y la humanidad en cuanto que es capaz de moralidad son lo único que posee dignidad. …
… Pero en el juicio moral lo mejor es proceder siempre por el método más estricto y basarse en la fórmula universal del imperativo categórico: obra según la máxima que pueda hacerse a sí misma ley universal. …
… La voluntad es absolutamente buena cuando no puede ser mala y, por consiguiente, cuando su máxima no puede contradecirse nunca al ser transformada en ley universal. Este principio es también su ley suprema: obra siempre según una máxima que puedas querer al mismo tiempo que su universalidad sea ley. …
… Por consiguiente, todo ser racional debe obrar como si fuera por sus máximas un miembro legislador en el reino universal de los fines. El principio formal de tales máximas es: obra como si tu máxima debiera servir al mismo tiempo de ley universal para todos los seres racionales.’
Texto extraído de: Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Colección Austral, Madrid, 2001