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La filósofa Simone Weil

La filósofa Simone Weil

Simone Weil nació en París en 1909 y murió en agosto de 1943 en el condado de Kent, Inglaterra, a la temprana edad de 34 años, fruto de una tuberculosis.

La filósofa Simone Weil

Se podría decir que la obra filosófica de Simone Weil a menudo ha estado ensombrecida por su propia biografía. Este hecho no tendría por qué restar valor ni prestigio al pensamiento filosófico de esta gran y, afortunadamente cada vez menos, desconocida filósofa del siglo XX. Lo que sucede es que sus rasgos biográficos poseen un tinte más bien novelesco, suponemos que como consecuencia de la época histórica en la que le tocó vivir. Motivo por el cual, tanto su obra como su vida se han tratado siempre conjuntamente, algo así como de forma indisoluble, a la hora de abarcar sus escritos filosóficos.

Simone Weil se crió en una familia burguesa judía (aunque laica) parisina. Fue una de las primeras mujeres en licenciarse en la École Normale Supérieure de París, en la cual aprendió profundamente de las enseñanzas de su profesor Alain. Fue hermana del famoso matemático André Weil, con el que mantenía acaloradas conversaciones sobre matemáticas.

Simone Weil está considerada no solo como una de las pocas mujeres influyentes de la filosofía francesa del siglo XX, sino también como una mística. Se cuenta que en 1938, Weil tuvo una visión mística por la que decidió convertirse al catolicismo romano aunque, eso sí, se negó a ser bautizada.

Después de acabar sus estudios, Simone Weil pasó una temporada enseñando en escuelas de provincia, pero a los 25 años decidió dar un vuelco a su vida. Abandonó durante un tiempo su oficio docente para trabajar como obrera de una fábrica. Quería conocer, mediante su propia experiencia, cuáles eran las condiciones laborales a las que estaba sometida la clase obrera de su época.

Con este post pretendemos introduciros, aunque sea un poco, en la interesante vida y obra de la filósofa Simone Weil. Solo hemos trazado cuatro pinceladas, porque lo que realmente queremos es que os aventuréis vosotros mismos y descubráis a esta gran filósofa francesa.

De momento, os vamos a mostrar retazos de uno de sus escritos titulado “Esbozo de la vida social contemporánea”, para que vayáis conociendo el pensamiento que Weil sostenía sobre el tipo de organización laboral de su época.

Una vez lo leáis, decidme, ¿qué pensáis? ¿Realmente estamos tan ajenos al escrito que Simone Weil realizó allá por el 1934?

El escrito empieza así: “Es imposible concebir qué pueda ser más contrario a este ideal que la forma que ha tomado en la actualidad la civilización moderna, al término de una evolución de muchos siglos. Jamás el individuo ha estado tan completamente abandonado a una colectividad ciega y jamás los hombres han sido más incapaces no solo de someter sus acciones a sus pensamientos, sino, incluso, de pensar.

Los términos de opresores y oprimidos, la noción de clase, todo esto está muy cerca de perder toda significación, mientras son evidentes la impotencia y la angustia de todos los hombres ante la máquina social, convertida en una máquina para destrozar los corazones, para aplastar los espíritus, una máquina para fabricar la inconsciencia, la necedad, la corrupción, la debilidad y, sobre todo, el vértigo.

La causa de este doloroso estado de cosas es muy clara: vivimos en un mundo donde nada es a la medida del hombre; hay una monstruosa desproporción entre el cuerpo del hombre, su espíritu y las cosas que constituyen actualmente los elementos de la vida humana; todo está desequilibrado.

No hay categoría, grupo o clase de hombres que escape del todo a este desequilibrio devastador, a excepción quizá de algunos islotes de vida más primitiva; los jóvenes que han crecido, que crecen aquí, en el interior de sí mismos reflejan, más que los demás, el caos que los rodea. Este desequilibrio es esencialmente una cuestión de cantidad. La cantidad se transforma en cualidad, como dijo Hegel, y, en particular, una simple diferencia de cantidad basta para conducir del dominio de lo humano al de lo inhumano.

En abstracto, las cantidades son indiferentes, puesto que se puede cambiar arbitrariamente la unidad de medida; pero, en concreto, ciertas unidades de medida están dadas y han permanecido hasta ahora invariables, por ejemplo, el cuerpo y la vida humana, el año, el día, la rapidez media del pensamiento. La vida actual no está organizada a la medida de estas cosas; se ha trasladado a un orden de magnitudes completamente distinto, como si el hombre se esforzase en elevarla al nivel de las fuerzas de la naturaleza exterior olvidando tomar en consideración su propia naturaleza. Si a esto se une que, aparentemente, el régimen económico ha agotado su capacidad de construcción y ha comenzado a no poder funcionar sino minando poco a poco sus bases materiales se percibirá en toda su simplicidad la verdadera esencia de la miseria sin fondo que constituye la suerte de las actuales generaciones.

En apariencia, casi todo se lleva a cabo metódicamente en nuestros días; la ciencia reina, el maquinismo invade poco a poco todo el ámbito del trabajo, las estadísticas adquieren una importancia creciente y, en una sexta parte del globo, el poder central intenta regular el conjunto de la vida social según sus planes; pero, en realidad, el espíritu metódico desaparece progresivamente, porque cada vez encuentra menos a qué agarrarse.

Las matemáticas constituyen por sí solas un conjunto demasiado amplio y demasiado complejo como para ser abarcado por un espíritu; con mayor razón, la totalidad formada por las matemáticas y las ciencias de la naturaleza y, con mayor razón aún, la que forma la ciencia y sus aplicaciones; por otra parte, todo está demasiado estrechamente ligado como para que el pensamiento pueda captar verdaderamente nociones parciales. Ahora bien, de todo lo que el individuo acaba siendo incapaz de dominar, se adueña la colectividad. Así es como la ciencia, desde hace tiempo ya y en una medida cada vez mayor, es una obra colectiva…

… El progreso de la técnica y la producción en serie reducen cada vez más a los obreros a un papel pasivo; en una proporción creciente y en una medida cada vez mayor, adoptan una forma de trabajo que les permite llevar a cabo las acciones necesarias sin concebir la relación con el resultado final. Por otra parte, una empresa ha llegado a ser algo demasiado amplio y demasiado complejo como para que un hombre pueda reconocerse allí plenamente…

… El formidable crecimiento en las empresas de la parte de capital material, comparado con la del trabajo vivo, la rápida disminución de las tasas de beneficios que de aquí deriva, la masa, siempre creciente, de gastos generales, el despilfarro, el derroche, la ausencia de todo elemento regulador que permita ajustar las diversas ramas de la producción, todo impide que la actividad social pueda tener aún como base el desarrollo de la empresa por la transformación del beneficio en capital. Parece que la lucha económica haya dejado de ser una rivalidad para convertirse en un tipo de guerra…

… El obrero no tiene conciencia de ganarse la vida produciendo; simplemente, la empresa lo esclaviza a diario durante largas horas y le concede, cada semana, una suma de dinero que le da el poder mágico de hacer surgir productos fabricados, en un momento, exactamente como hacen los ricos. La presencia de innumerables parados, la cruel necesidad de mendigar un puesto de trabajo hacen aparecer el salario menos como salario que como limosna; los mismos parados, por más que sean parásitos involuntarios y, por otra parte, miserables, no dejan de ser parásitos. En general, la relación entre el trabajo proporcionado y el dinero recibido es tan difícilmente comprensible que casi aparece como contingente, de tal manera que el trabajo se presenta como esclavitud y el dinero como favor…

… En general, la situación en la que estamos es muy semejante a la de los viajeros, totalmente inconscientes, en un automóvil lanzado a toda velocidad a través de un país accidentado. ¿Cuándo se producirá la fractura después de la cual puede plantearse el intento de construir algo nuevo? …”

Este texto está extraído del libro: Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. Simone Weil. Ediciones Paidós I.C.E. U.A.B. Barcelona, 1995.