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La importancia de lo imprescindible

La importancia de los imprescindibles y los no prescindibles

Ahora son los políticos y no las empresas los que deciden la imprescindibilidad de cada trabajador, de cada persona, y son los balcones los que cada día reconocen con aplausos a los que son los verdaderamente imprescindibles.

También se definen que servicios y que productos resultan imprescindibles, podemos salir a comprar el pan, quizá demasiadas veces, podemos salir a comprar comida, también demasiadas veces, pero no podemos ir a comprarnos un coche nuevo, pero es que acaso lo necesitamos, no, y menos ahora.

Por fin hemos tomado conciencia de la imprescinbilidad de los sanitarios, médicos, enfermeros, camilleros, hospitales, que combaten desde la denominada primera línea el mal que nos ataca hoy.

Sin recibir tantos aplausos, tenemos otro grupo de imprescindibles en línea con los anteriores, aquellos que suelen trabajar en un profundo anonimato, en los que no pensamos así de primera. Me refiero a los investigadores, quienes tras el estado de emergencia, deberían ser los más imprescindibles en cualquier sociedad que se precie de garantista en cuanto a la salud de su estado, como la nuestra.

Pienso también en las cadenas de suministros alimenticios, sin lugar a dudas de las más vitales e imprescindibles. Por este motivo hoy se debería revalorizar de una vez por todas el trabajo en el campo de nuestros agricultores, los transportistas, los supermercados, con sus valientes cajeras así como de los servicios afines a ellos y que desde una segunda línea nos permiten sobrevivir.

También son imprescindibles los agentes del orden y las autoridades, sí aunque estas beban de la política, así como los agentes sociales, que median ante los conflictos que surgen a diario, los cuidadores, sean de personas mayores, discapacitadas o los que simplemente acompañan a aquellos que sufren en soledad este largo confinamiento, también son para mi todos imprescindibles.

Los servicios de limpieza, sean públicos o privados que garantizan cada día durante o tras las jornadas de trabajo el saneamiento de zonas comunes con la correspondiente desinfección periódica y con ella erradicación del virus en lugares públicos, sean estos directamente los hospitales o incluso la vía pública.

Luego tenemos el resto, los sectores prescindibles, o medianamente prescindibles, que son aquellos sectores que nos garantizan el uso a servicios y productos que no resultan esenciales para garantizarnos la vida y contener futuros virus, son servicios que no son de primer orden, aunque no por ello renunciables pues mantienen el modelo económico actual.

¿Debería esta escala de lo imprescindible o algo parecido a ella, convertirse en un indicador proporcional del sueldo medio que percibe cada uno de los trabajadores atendiendo a su «nueva imprescinbilidad«?

Lo imprescindible se debería pagar mejor

Yo creo que en gran parte sí, que como mínimo se debería replantear los sueldos en base a una escala parecida pues no es de factura que cobre mucho más el trabajador de una oficina bancaria que un camillero que traslada a un infectado desde una muerte segura a la salvación.

Y claro, habrá quién piense que si cuando venzamos al virus ¿Se reordenará realmente el mundo conforme a ello?

Debería de, al menos un poquito, para no seguir tan inmensos en la gran mentira del cómo vivir una vida basada en lo prescindible.

Establecer un Plan B para todo negocio

Otro de los puntos donde lo imprescindible debería tomar más valor en estos tipo de pandemia es en la propia capacidad del país en auto abastecerse de los requisitos vitales para superar estos estados de pandemia, garantizando la vida de sus ciudadanos.

Estoy de acuerdo que la falta de respiradores necesarios era imposible de predecir, pero siendo estos unos aparatos medianamente complejos y que marcan en muchas ocasiones la diferencia entre vivir y morir, ahora resultan convertirse en algo del todo impredecible, y observo que hemos necesitado algo más de un mes desde que se utilizó el primero para salvar una vida hasta que nuestro país es capaz de producir uno. Deberíamos a partir de ahora tener siempre a punto un plan B para toda fábrica, que permita reconvertir su actividad principal usual en otro tipo de actividad en caso de necesidad nacional.

Es decir, que empresas como SEAT, con su enorme potencial en la producción de vehículos tenga previsto un plan B para reconvertirse en fábrica de respiradores en el momento de emergencia. Siguiendo con los ejemplos, que cualquier fabricante de productos cosméticos nacionales, como PUIG, una perfumería, pueda mediante su plan B producir y suministrar geles hidroalcohólicos en una brevedad de tiempo 0 tras el establecimiento de la emergencia nacional.

Definir, revisar, certificar planes B para cualquier negocio. De esa forma nuestra respuesta sería tan rápida como eficaz ante futuras pandemias.

Producir y comprar producto de proximidad

Quizá tras esta crisis mundial aprenderemos que no se debe depender de una única e imprescindible fábrica global, la China. Y quizá el chovinismo deba de irrumpir en mayor o menor medida a través de políticas para la importación que graven los productos foráneos fomentando de forma indirecta una mayor capacidad de fabricación local, un «Ponga aquí su país First», emulando el America First del político anaranjado.

Está claro que esto de empezar a fabricar y producir en un ámbito nacional, aquí y no allí, determinará en una subida en los precios de muchos productos, materiales y servicios, aunque probablemente esta subida se produzca de forma más destacada en los productos más prescindibles, y por ende podríamos mejorar en términos ecológicos, dejando de malgastar recursos de forma innecesaria, como ya acostumbramos a hacer todo de forma inconsciente, me incluyo.

Siguiendo con los productos imprescindibles, pero ahora en un sector alimenticios, no es de rigor, que los espárragos que compro en el supermercado sean originarios de China, Perú o países lejanos, que ante un problema global cierren sus exportaciones y nos desabastezcan, para entonces mirar a nuestro campos y ver que no estamos preparados.

Faltan manos, falta voluntad, nadie quiere ir a trabajar al campo. Esto se debe cambiar, quizá con un buen marketing en TV, pero debemos apostar más por el producto de proximidad. Está claro que todo esto es más caro, seguro, que no todos podremos afrontar estos precios más altos, eso es seguro, pero ahí entra el nuevo equilibrio, quizá deberemos de prescindir de lo prescindible para dedicar nuestro dinero a lo verdaderamente imprescindible.

Gastar menos en los prescindible

Siguiendo por los productos ya prescindibles, aquellos en los que no te va la vida, como los de consumo electrónico, las videoconsolas, los móviles, los televisores, ordenadores, planchas, neveras, lavadoras, ropa, mobiliario del hogar deberíamos alargar la vida útil de los productos prescindibles.

Con casi todos ellos hemos adoptado una dinámica muy tóxica para nuestro planeta, quizá una batalla que también deberemos librar en nuestra vidas porque de lo contrario el planeta se acabará más rápido de lo que imagimos.

Y es que bajo esta dinámica resulta que nos renovamos con exceso nuestros dispositivos y nuestras prendas, deberíamos alargar su vida útil, y hacer cosas como comenzar a reparar los productos, repararlos en talleres nacionales, y porqué no… comenzar a ser capaces de producir tecnología de consumo local. Es difícil y largo el camino, jamás hemos fabricado chips en nuestra historia reciente, pero alguien podría estudiarlo y plantearlo sin dejarlo de lado desde un principio.

En definitiva contener el consumo de los prescindible para que la contención de gasto la podamos dedicar a pagar más, en el caso de que sea necesario, por el producto imprescindible nacional.

Gravar las importaciones

Como solución instantánea quizá se deba establecer un impuesto temporal, un poco a lo Trump pero que afecte a todas las importaciones, incluidas las europeas si estos continuan con su insensato bloqueo para las ayudas, yo no quiero pertenecer a una Europa que me deja morir de hambre, así como a esos productos prescindibles, pero hacerlo de una manera mucho más eficaz y actualizada que la actual, donde sinceramente, no es de rigor que el pan comparta el mismo IVA que un café.

Este impuesto fomentaría dos cosas, por un lado la contención de consumo y gasto en lo prescindible y la otra, la producción local, al menos hasta el momento que el país vuelva a moverse en unos niveles de paro más relajados, aliviaria aunque fuese sólo un poquito al principio el incremento de los niveles de desempleo en nuestro país. Luego cuando tengamos oxígeno ya se podría aliviar dicho impuesto, si hay que hacerlo de forma pactada y paulatina se hace.

Este impuesto fomentará el consumo de productos y servicios locales. Me da no se que mentar al señor naranja, porque jamás he empatizado con Trump y sus ideas, como la de America First, pero claro, antes, cuando el lo promulgaba era por otros motivos, no existía un motivo tan apremiante como la muerte diaria de personas debida a la falta de capacidad para producir algo en teoría tan sencillo como las máscaras de protección o las batas anticontagio.

Este impuesto evitará a los listos que mientras se produce localmente más caro trate de importar producto de economías más precarias en las que la mano de obra y la producción son por ende más económicas y que le pueden enriquecer a costa de debilitar nuestra capacidad productiva.

Una vez la economía permita volver a los prescindible, caminar un poco hacia ella, pero sin bajar la guardia y si el planeta, quizá nuestro próximo reto, nos lo permite.