Ahora que estamos a punto de entrar en las festividades de la noche de Halloween y el Día de Todos los Santos (31 de octubre y 1 de noviembre, respectivamente), hemos pensado que estaría bien hablar un poco sobre el concepto de la muerte desde dos visiones totalmente diferentes que tuvieron lugar en las culturas antiguas mesopotámica e hindú.
A través del presente artículo titulado ¿Qué es la muerte?, os mostraremos la forma en la que toda organización social, toda sociedad (moderna o antigua) crea su propia representación de la muerte y cómo esta, de diferentes maneras, forma parte de la estructura de la base social de sus comunidades. Aunque, en este caso, solo nos centraremos en las antiguas civilizaciones mesopotámica e hindú.
En otras palabras, tal como dijo Pierre Vernant, autor de El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia: ”la muerte es tratada como un cambio de estado, como vía de entrada a otro mundo distinto al de los vivos, como acceso a un más allá”. Lo que diferencia a estas dos culturas es cómo se produce este tránsito y qué significado adquiere para cada una de ellas.
Diferencias entre la muerte mesopotámica y la hindú
Las principales diferencias que existen entre la muerte mesopotámica y la hindú pasan inevitablemente por la forma que ambas culturas tienen de enterrar a sus difuntos.
En la antigua Mesopotamia los difuntos pasaban por el proceso de inhumación y eran enterrados en tierra con el fin de preservar la integridad del cuerpo, en cambio en la India practicaban (y lo siguen haciendo) la incineración. Mediante este sistema los hindúes se aseguraban la eliminación de cualquier resto corporal; una vez el cuerpo se convertía en cenizas lo esparcían en un río para que se diluyese entre sus aguas.
El significado en ambos casos puede verse como totalmente opuesto, mientras por un lado, los mesopotámicos pretendían conservar el cuerpo en este mundo terrenal, los hindúes preferían liberarse de cualquier vestigio humano que impidiera al espíritu entrar libremente sin ninguna atadura e interés terrenal en el más allá.
A través de este procedimiento los hindúes no tenían necesidad de construir tumbas ni sepulturas donde albergar a sus muertos. Mientras que por el contrario en los funerales mesopotámicos los familiares procuraban mantener en buen estado los recintos subterráneos reservados a los difuntos, procurando su cuidado por temor a que fueran profanados.
El significado de estas prácticas funerarias en ambos casos trasciende el puro acto ritual. En la antigua Mesopotamia el vínculo entre los muertos y los vivos fundamentaba la base de una estructura social. El hecho de enterrar a los muertos bajo tierra implicaba ya una limitación espacial compartida con el mundo de los vivos. Este tipo de organización estaba delimitada por el territorio y acababa convirtiendo la comunidad mesopotámica en una sociedad sedentaria. Podríamos decir que se opera una especie de reafirmación del territorio, mientras los vivos sigan permaneciendo como tal, se asegura la continuidad de sus muertos.
Al contrario sucedía con los hindúes. Para este pueblo la cremación de sus difuntos implicaba literal y espiritualmente la pérdida de cualquier parecido a la semblanza humana. El objetivo final es el desarraigo total de la vida terrenal, el muerto debe liberarse de todas sus ataduras para adentrarse libremente en el mundo del más allá.
No obstante, encontramos una excepción que se produce en ambas culturas cuando el difunto es un personaje de características especiales. En el caso de Mesopotamia estaríamos hablando de la figura del rey, mientras que en el caso de la India el renunciante sería este personaje emblemático. En ambos casos y, como excepción, el ritual funerario sigue otro camino.
La muerte del rey mesopotámico y el renunciante hindú
Para explicar el motivo por el cuál la muerte del rey mesopotámico y el renunciante hindú es tratada diferente que el resto de sus contemporáneos, es preciso conocer previamente el estatus social que, en ambos casos, poseían estas dos destacadas figuras.
El rey mesopotámico ocupaba el eslabón más alto dentro de la jerarquía social. Una de sus funciones consistía en asegurar el bienestar de su pueblo mediante la protección divina que solo él tenía el privilegio de ostentar, de esa manera: “tras su muerte es alzado en forma de estatua erigida en su palacio o en los templos. Así se le dota de un cuerpo inmortal, utilizando materiales preciosos cuyo brillo inalterable refleja esa plenitud vital que solo los dioses son capaces de ostentar”. De esa manera se diferenciaba del resto de sus súbditos que eran enterrados bajo tierra.
Del mismo modo, la figura del renunciante poseía su rito funerario particular. Podríamos decir que el renunciante hindú representa el asceta que en vida renuncia a cualquier plano terrenal. Por ese motivo, se dice de él que su estancia en la tierra transcurre por el fuego de la ascesis, en su caso ya no es necesaria la incineración cuando fallece, pues ya consiguió la perfección en vida mediante su retiro espiritual.
Por ello, cuando el renunciante muere se le presupone unos rasgos “divinos” que hacen de él una figura especial. El renunciante ya ha conseguido la perfección en vida y el funeral que tiene asignado incluso cumple una función social. En lugar de ser quemado como el resto, su cuerpo es inhumando en tierra. La forma en que lo entierran es bastante significativo: lo mantienen con la cabeza dirigida a lo alto y sentado en la postura propia de la meditación. De esa manera, el lugar donde está colocada la fosa se convertirá en un centro de peregrinación y, de algún modo la tumba del renunciante actuará como base de toda la comunidad.
Para elaborar este pequeño escrito sobre las particularidades de los rituales funerarios en las antiguas culturas mesopotámica e hindú, nos hemos ayudado de la obra El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia, de Jean-Pierre Vernant, Edición Paidós, Barcelona, 2001.